Comprender los retrocesos: una parte natural del proceso
En la alimentación infantil, especialmente en el caso de los niños dentro del espectro autista, los retrocesos no significan fracaso.
Son momentos en los que el niño puede volver a rechazar alimentos que antes aceptaba, limitar su variedad o incluso mostrar resistencia frente a texturas conocidas.
Estos cambios suelen estar relacionados con procesos de desarrollo, ajustes sensoriales, nuevas rutinas o momentos de estrés.
Por eso, el primer paso es entender que los retrocesos no invalidan los avances anteriores.
El progreso en la alimentación no es una línea recta: hay días de conquista y días de pausa, y ambos forman parte del mismo camino.
Cada retroceso contiene información valiosa sobre cómo el niño percibe su entorno y qué necesita para sentirse seguro otra vez frente al plato.
Identificar las causas detrás del retroceso
Cuando aparece un retroceso, lo ideal no es centrarse en el rechazo en sí, sino en comprender el contexto. Algunas causas frecuentes son:
- Cambios en la rutina diaria (inicio de clases, mudanza, vacaciones o modificación en los horarios de sueño).
- Factores médicos o sensoriales, como molestias digestivas, dentición o una sobrecarga de estímulos.
- Alteraciones emocionales, que pueden hacer que el momento de comer se perciba como una fuente de tensión.
- Presión o expectativas excesivas durante las comidas, que convierten la experiencia en algo previsible y ansioso.
Registrar el entorno en el que ocurrió el retroceso ayuda a descubrir patrones.
En el artículo “Calendario de Introducción de Alimentos”, sugerimos un recurso visual muy útil: un diario alimentario. Este tipo de registro permite observar que, incluso cuando hay pausas, la tendencia general sigue siendo de avance.
Con los datos frente a los ojos, es más fácil ver que un retroceso no borra lo aprendido, solo invita a ajustar el ritmo.
Evitar el pensamiento “todo o nada”
Un error frecuente es interpretar un retroceso como una pérdida total de progreso.
Sin embargo, el aprendizaje alimentario es acumulativo: cada experiencia deja una huella positiva, incluso si el niño momentáneamente deja de comer un alimento.
Lo que una vez se aceptó no desaparece del todo; queda almacenado en la memoria sensorial y emocional.
El niño puede volver a tolerar ese alimento más adelante si se le ofrece de forma tranquila y sin presión.
Por ejemplo, muchos niños aceptan un puré de zapallo o zanahoria, luego lo rechazan al verlo trozado, y semanas después lo vuelven a aceptar gracias a un proceso gradual como el que explicamos en
“De los purés a los trocitos: cómo avanzar sin rechazo”.
Cuando el adulto logra ver ese retroceso como parte del aprendizaje, se libera del impulso de “corregir” y pasa a acompañar.
La regulación emocional del adulto: el factor invisible
Cada vez que un niño retrocede, el adulto también enfrenta su propio desafío emocional. Es común sentir frustración, cansancio o incluso culpa.
Pero la manera en que el adulto maneja esas emociones influye directamente en el ambiente de la mesa.
Algunas estrategias útiles:
- Respirar antes de reaccionar. Tomarse unos segundos para no responder desde la ansiedad.
- Evitar comentarios negativos o comparaciones. En lugar de “antes comías y ahora no”, optar por “hoy no te apetece, mañana lo volvemos a intentar”.
- Validar las propias emociones. Reconocer la frustración no significa dejarse llevar por ella, sino darle un lugar sin que domine la situación.
- Buscar apoyo emocional. Compartir con otros padres o terapeutas especializados puede aliviar la sensación de soledad.
El artículo “La importancia de celebrar cada pequeña victoria en la mesa” se conecta directamente con este tema: cuando se aprende a valorar cada pequeño avance, los retrocesos se viven con más serenidad.
Mantener la exposición sin presión
Superar un retroceso no depende de insistir, sino de mantener el vínculo positivo con la comida. El objetivo no es que el niño coma más, sino que no asocie el acto de comer con ansiedad o conflicto.
Estrategias para sostener la exposición sin forzar:
- Ofrecer el alimento rechazado junto a otro ya aceptado, sin comentarios.
- Permitir que el niño explore el alimento con las manos, lo huela o lo observe sin probarlo.
- Cambiar la presentación o el contexto: usar platos de colores, variar el entorno, incorporar utensilios nuevos.
- Involucrarlo en la preparación: amasar, servir, mezclar o simplemente observar. La participación genera curiosidad y sensación de control.
- Utilizar apoyos visuales, como los que proponemos en “Pictogramas básicos para la hora de comer”, para anticipar el momento de la comida y reducir la incertidumbre.
La exposición repetida, en un ambiente de calma, refuerza la familiaridad y prepara al niño para aceptar nuevamente lo que hoy rechaza.
Cuándo buscar apoyo profesional
Si los retrocesos son muy frecuentes o intensos —por ejemplo, si hay pérdida de peso o ansiedad severa—, puede ser momento de buscar acompañamiento interdisciplinario.
Los profesionales que suelen intervenir son:
- Terapeutas ocupacionales especializados en integración sensorial.
- Fonoaudiólogos o terapeutas de alimentación.
- Nutricionistas infantiles con enfoque en TEA.
- Psicólogos familiares, que ayudan a manejar la frustración y el estrés en casa.
El objetivo del apoyo profesional no es forzar avances, sino reconstruir la confianza del niño y del adulto frente a la comida.
Transformar la frustración en aprendizaje
Cada retroceso es una oportunidad para mirar el proceso con más profundidad.
¿Qué cambió en el entorno? ¿Cómo reaccionó el adulto? ¿Qué señales mostró el niño?
Cuando se transforma la mirada de “problema” a “información”, los retrocesos dejan de ser obstáculos y se vuelven mensajes sobre cómo acompañar mejor.
También son momentos que enseñan resiliencia: el niño aprende que puede equivocarse y volver a intentarlo, y el adulto aprende a confiar en los tiempos del proceso.
Las familias que logran sostener esta visión descubren que los retrocesos no interrumpen el camino, sino que dan forma a una relación más auténtica y empática con la alimentación.
Para reflexionar
Acompañar a un niño en su desarrollo alimentario implica aceptar que la evolución no siempre será ascendente.
Habrá días de progreso y días de pausa, pero lo importante es mantener la conexión, la calma y la confianza mutua.
Cuando los retrocesos se enfrentan con comprensión y paciencia, dejan de ser señales de frustración y se convierten en etapas de ajuste que fortalecen el vínculo entre el niño y quien lo acompaña.
Al final, no se trata solo de que el niño acepte un nuevo alimento, sino de que ambos aprendan a compartir la mesa sin miedo, transformando cada intento —exitoso o no— en un paso hacia una relación más libre, respetuosa y positiva con la comida.
Soy papá atípico y conozco de cerca los desafíos de la selectividad alimentaria en el autismo. En mi camino aprendí a transformar las comidas en momentos más livianos y positivos, sin presiones ni peleas innecesarias. En PuenteClaro comparto estrategias prácticas, recursos visuales y experiencias reales para acompañar a otras familias que buscan ampliar el repertorio alimentario de sus hijos, celebrando cada pequeño logro en el proceso.
