Las comidas pueden convertirse fácilmente en un campo de batalla emocional cuando un niño con autismo presenta selectividad alimentaria.
Lo que para muchos padres es un momento de conexión, para otros puede ser fuente de estrés, ansiedad y frustración.
Pero transformar esa frustración en motivación es posible: se trata de comprender las emociones detrás de la conducta y de aprender a guiar el proceso con empatía, paciencia y pequeñas victorias.
Comprender la raíz emocional de la frustración
Antes de buscar estrategias, es esencial entender qué hay detrás de la frustración tanto del niño como del adulto.
En muchos casos, los padres sienten impotencia al no poder ofrecer una alimentación variada o equilibrada.
Y el niño, por su parte, se enfrenta a una experiencia sensorial abrumadora: texturas, olores, colores y sonidos pueden resultar excesivos.
La frustración aparece cuando las expectativas no se alinean con las posibilidades actuales.
En lugar de interpretarla como un fracaso, podemos verla como una señal: algo necesita ajustarse, ya sea la forma en que presentamos los alimentos o la manera en que reaccionamos ante el rechazo.
Reconocer que la frustración es parte del proceso ayuda a desactivar la culpa.
Nadie fracasa por no lograr que un niño pruebe una verdura; el éxito está en mantener la confianza mutua y continuar ofreciendo oportunidades con respeto.
La importancia de validar las emociones
Validar las emociones del niño no significa ceder ante cada rechazo, sino mostrar comprensión.
Frases como “Veo que esto te incomoda” o “Entiendo que no te gusta cómo se siente en la boca” transmiten empatía y reducen la tensión.
Esta validación emocional crea un entorno seguro donde el niño puede experimentar sin sentirse presionado.
Del mismo modo, los cuidadores también necesitan validar sus propias emociones. Reconocer la tristeza, el cansancio o el enojo es el primer paso para transformarlos.
Hablar de esas emociones, compartir experiencias con otros padres o con un profesional puede evitar el desgaste emocional y abrir espacio para la motivación.
Convertir los desafíos en pequeñas metas alcanzables
Una forma práctica de transformar la frustración en motivación es redefinir el concepto de “éxito”.
No se trata de que el niño coma una porción completa de un nuevo alimento, sino de lograr avances pequeños y sostenidos. Por ejemplo:
- Que el niño tolere el alimento en su plato.
- Que lo toque con los dedos.
- Que lo huela o lo observe de cerca.
- Que lo toque con la lengua, aunque no lo mastique.
Cada paso cuenta. Celebrar estos microavances, sin exagerar ni presionar, refuerza la sensación de logro y mantiene la motivación de ambos lados.
Usar la motivación interna del niño
La motivación externa (premios, elogios, recompensas) puede funcionar a corto plazo, pero la clave está en fomentar la motivación interna, es decir, el deseo genuino del niño por participar.
Para lograrlo:
- Permitir que elija: ofrecer dos opciones posibles (“¿preferís probar la zanahoria rallada o en bastones?”) le da sensación de control.
- Relacionar la comida con intereses personales: si le gusta cierto color, forma o personaje, usar eso como puente visual y emocional.
- Integrar el juego: convertir el momento de comer en una exploración sensorial divertida, no en una tarea.
Cuando el niño percibe que tiene autonomía y que sus preferencias son escuchadas, disminuye la resistencia y aumenta la disposición a probar.
Cuidar el entorno emocional y sensorial
El ambiente donde se come influye directamente en la experiencia emocional.
Una mesa sin distracciones, con luz suave y pocos olores intensos, ayuda a reducir la sobrecarga sensorial.
También es importante cuidar el tono de voz y las expresiones faciales de los adultos: un rostro tenso o una voz impaciente puede generar ansiedad en el niño.
Los adultos deben ser modelo de calma. Comer junto al niño, mostrar disfrute sin exagerar y no hacer comentarios negativos sobre los alimentos genera un clima emocional más positivo.
Reforzar la conexión antes que la conducta
Más que lograr que el niño coma determinado alimento, el objetivo es preservar la relación afectiva durante el proceso.
La conexión emocional es el motor que mantiene la motivación.
Si el niño se siente comprendido, valorado y aceptado, será más probable que se anime a explorar nuevos sabores con el tiempo.
A veces, la mejor estrategia es simplemente detenerse, respirar y compartir un momento de tranquilidad. La calma del adulto regula la del niño.
Acompañar el progreso emocional paso a paso
Registrar los avances en un cuaderno o con fotos puede ser una excelente herramienta para visualizar el progreso.
Ver cómo un niño que antes rechazaba mirar un plato ahora lo toca o lo huele, ayuda a transformar la frustración en esperanza.
Estos registros no solo fortalecen la confianza del cuidador, sino que también sirven para que el niño vea su propio crecimiento.
Un mural de logros, con imágenes de los alimentos aceptados, puede ser un recurso visual muy poderoso.
Transformar cada comida en una oportunidad de conexión
Acompañar la alimentación de un niño con autismo implica más que ofrecer comida: es un acto de amor, paciencia y crecimiento conjunto.
Si te interesa seguir profundizando en estrategias para acompañar sin presión, te invitamos a leer nuestro artículo “Cómo celebrar los pequeños logros alimentarios sin presionar”, que te ayudará a mantener una mirada compasiva y positiva en cada paso.
Soy papá atípico y conozco de cerca los desafíos de la selectividad alimentaria en el autismo. En mi camino aprendí a transformar las comidas en momentos más livianos y positivos, sin presiones ni peleas innecesarias. En PuenteClaro comparto estrategias prácticas, recursos visuales y experiencias reales para acompañar a otras familias que buscan ampliar el repertorio alimentario de sus hijos, celebrando cada pequeño logro en el proceso.
